Me gustan las luciérnagas, dijo Sofía mientras lo miraba a los ojos y sin dejar espacio a palabras le dio un beso en la mejilla. Su rostro se volvió de un tono rojizo y ya no supo qué decir, entonces ella lo tomó de la mano y lo acercó a la orilla. Ves, ahí están las estrellas que te había prometido, las que te iba guardando. Las puse acá para no olvidarlas, aseguró mientras acercaba su mano al agua para tomar una estrella. Apretó entre los dedos un puñado de agua y le dijo, abrí tu mano, y con suavidad dejó caer el agua fría en la palma del muchacho. Ves, todos podemos tener una estrella, es sólo cuestión de creerlo.
Se dio media vuelta y se alejó del agua diciendo, me gustan las luciérnagas.
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