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Mostrando entradas de agosto, 2020

Olor a felicidad

Hoy me preguntaron, si la felicidad tuviera olor ¿A qué olería? Y claro que la felicidad tiene olor, huele a pasto mojado y mandarinas. Pero no sólo eso, la felicidad es calentita como un abrazo debajo de las colchas, suavecita como la manito de un niñe, dulce como el helado y suena como a lluvia y a risa. Lo único que no tiene la felicidad es una forma, porque puede tener cualquier forma, una o todas a la vez. Y es por eso la buscamos tanto, ¡porque la felicidad no se ve! Al menos con los ojos.

Álvaro (+18)

Pip-pip-piiiiii. Siete minutos. Ni cinco ni diez, siete minutos demora en descongelarse una pieza de pollo, que es un tiempo que nadie usa como parámetro para nada y que puede ser mucho tiempo para esperar en el teléfono, pero nada para estar en sala de espera de algún hospital y una vida entera para mirar como gira el microondas mientras se descongela el pollo. Pensaba mientras sacaba el plato intentando que no chorree.  Hacía un tiempo que Álvaro había empezado a medirlo todo, cómo una especie de guerra privada contra la rutina que había hecho de su vida una aburrida suma de momentos sin mucho sentido. Contaba los minutos que demoraba subir el ascensor al 4to piso, la hora en la que los vecinos empezaban a discutir, el tiempo que demoraba cada texto en publicarse en la web según la cantidad de caracteres que tuviera la nota y el tiempo exacto que demoraba el camino a casa por el centro o por el boulevard y la avenida, según que día de la semana y del mes fuera. Se había convertid...