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Resulta que hoy es domingo, más domingo que todo los domingos que he conocido y yo estoy sola. Sobre el escritorio, una pila de tareas por hacer, el monitor de la computadora encendido y el tic-tac desprolijo de un reloj casi sin pilas. -Cero ganas de estudiar- sentencié la tarde con esa frase y me dispuse a dar vueltas por la casa buscando una excusa que me impida sentarme a leer, lo que debía leer. Un par de vasos sucios, la manguera y el patio, la llamada de un amigo y hacer un poco de ejercicio ocuparon lugar en la tarde; pero el reloj aún marcaba las seis. -¿Dibujo o no dibujo?, ¿Dibujo o no dibujo?. ¡Hace mucho calor!- y se terminó el dilema. Apoyé la espalda sobre el pasto, las patitas juguetonas de mi perro corrían a mi al rededor sin provocar el mínimo revuelo, todo se veía extraño, si hasta el azul del cielo parecía haberse desteñido. Algo estaba mal. Fui a mi biblioteca - Isabel, Neruda, Julio, Galeano; todos asomaban la mano haciendo señas para que los tome y entonces -¡Lorca!- Sí, sí era un día muy García Lorca. Lo tomé rápido y lo llevé de paseo al patio junto con mi lápiz favorito. A Lorca me gusta rayarlo. Una hora de poesía en carne viva debía recuperar las ganas de estudiar, pero no, la silla frente al escritorio parecía decir "Pecado" y yo tan puritana, como nunca. Miré el reloj, -aún no son las ocho- pensé, tan fatigada de no haber hecho nada. Preparé una chocolatada y mientras revolvía trataba de descubrir qué me tenía así. Algo estaba mal, seguía siendo domingo.
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