No digo que no tenga buena suerte, el tema es que no sé que hacer con ella. Y de repente irrumpes en mi vida, como un regalo inesperado, que viene a salvarme del abismo y yo muero de miedo de perderte, de no saber aprovechar una vez más, la buena suerte que me vino a tocar.
Cuando era chica, hacíamos pan-queso para ver quién empezaba eligiendo a su equipo antes de empezar el partido y yo siempre ganaba; pero cuando estaba ahí, primera para elegir, con el comodín en la mano, siempre terminaba señalando con el dedo a mi amiga, esa que sabía que sino la iban a elegir última. Y entonces otra y otra vez, el comodín desperdiciado. O no, quien sabe. Pero igual, nunca puede elegir al mejor jugador. No sé por qué. Siempre con la carta en la mano y nunca sé cuándo jugarla.
Y de menos chica también me ocurre. La vida me ha dado tantas oportunidades y siempre termino no sabiendo que hacer con ellas. Como ahora, que llegas a mi vida en el momento indicado, en el más preciso momento y yo con miedo a dar el paso. Pongo sobre la balanza miles de cosas y tu lado sigue siendo el más pesado, pero yo, terca e incrédula, sigo sumando y sumando cosas al otro lado de la balanza, porque ni yo misma puedo creérmelo. Y al final del cuento, termino siendo mi peor verdugo.
Pan, queso, pan, queso. Volví a ganar otra vez. Y es que no digo que no tenga buena suerte, el tema es que, de nuevo, no sé que hacer con ella.
Cuando era chica, hacíamos pan-queso para ver quién empezaba eligiendo a su equipo antes de empezar el partido y yo siempre ganaba; pero cuando estaba ahí, primera para elegir, con el comodín en la mano, siempre terminaba señalando con el dedo a mi amiga, esa que sabía que sino la iban a elegir última. Y entonces otra y otra vez, el comodín desperdiciado. O no, quien sabe. Pero igual, nunca puede elegir al mejor jugador. No sé por qué. Siempre con la carta en la mano y nunca sé cuándo jugarla.
Y de menos chica también me ocurre. La vida me ha dado tantas oportunidades y siempre termino no sabiendo que hacer con ellas. Como ahora, que llegas a mi vida en el momento indicado, en el más preciso momento y yo con miedo a dar el paso. Pongo sobre la balanza miles de cosas y tu lado sigue siendo el más pesado, pero yo, terca e incrédula, sigo sumando y sumando cosas al otro lado de la balanza, porque ni yo misma puedo creérmelo. Y al final del cuento, termino siendo mi peor verdugo.
Pan, queso, pan, queso. Volví a ganar otra vez. Y es que no digo que no tenga buena suerte, el tema es que, de nuevo, no sé que hacer con ella.
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