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Extrañar, no merecía extrañarlo, ella misma lo había dejado ir, lo había alejado decididamente de su vida; pero entonces ¿por qué había regresado? ¿qué la traía de nuevo por aquellos lados?. Es que intento sobre intento, no había logrado olvidar aquellos ojos tristes que la miraron al partir.
Apretó los párpados, para dejar rodar en sus mejillas dos grandes lágrimas saladas que llegaron a su boca y repasando una mirada anhelosa al comedor que compartieron tantos años, descubrió sobre la mesa el único libro que, al partir, ella le había dejado. Se acercó a tomarlo y en el ademán de encender la luz, sus ojos que ya se habían acostumbrado a la penumbra lo reconocieron dormido en el sillón junto a la puerta, como esperando. No pudo entonces contener las lágrimas y aquellas que sólo fueron dos saladas gotas de nostalgia, se convirtieron en un llanto silencioso, para no despertarlo. Dejó el libro donde mismo lo había encontrado, y con la suavidad con que él alguna vez la acarició, se acomodó entre sus brazos, cerró sus ojos y se perdonó.
y ¿Cómo no iba a extrañarte si me había ido, si te dejaba del otro lado de la puerta que convencida cerré en un descuido? Pero o importante es que siempre regreso, que al final de todo siempre vuelvo. Y que todavía me queda humildad suficiente para aprender constantemente a perdonar-me.
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