Siempre me costó aceptar las cosas que no comprendo y al único que le he dado ese privilegio sólo ha sido a Dios, a todo lo demás y a todos los demás, siempre les exigí entenderlos, conocer los por qués de todo y todos. Por eso siempre me costó la matemática, no existía poder que me haga entender que dos más dos era cuatro sólo porque así debía ser. Misma causa por la que siempre cuestioné todo, ¿Por qué debo hacer esto? ¿Por qué no puedo hacerlo? "Por qué así y no asá" todo lo resumo a eso, siempre igual.
Así de la misma foma que siempre me costó aceptar lo que no comprendo, hoy me cuesta aceptarte lejos, silencioso, casi eterno, pero finito en mi propia historia, en la que te vas acabando de a poco aunque te resucite a diario. Y me permito preguntarte casi en obligación de que me contestes¿Por qué te vas? ¿por qué te callas? ¿Qué he hecho para merecer perderte, tan lenta y dolorosamente frente a mis ojos? por qué, para qué, cómo... No dejo de preguntarme.
Jamáz pude conformarme con el "si las cosas pasan seguro es por algo" aunque la vida se empeñe en confirmármelo; en el fondo me parece una patética resignación, una burda comodidad de quedarse, de aceptar todo sin conocer, sin preguntar... Y a la mismo tiempo, cada vez que, con mi cabeza dura, me cuestiono todo, me reprocho mi maldita y necia necesidad de saber ¿Por qué me cuesta tanto aceptar las cosas como son? ¿Por qué esa exagerada necesidad de conocerlo todo y aceptar tan poco o de tan mala gana? Y es entonces cuando caigo rendida en lo brazos del único al que le permito secretos; y es ahí donde comprendo una y otra vez que sólo me basta Dios.
Pero...
¡Cuánto me cuesta que sólo me baste!
..."Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas." Julio Cortázar
ResponderEliminarYo parezco haber nacido para lo mismo.